martes, septiembre 04, 2012


Querida Ángela:

Me invitaron a morir,
pero el clima era horrible.

Estoy pensando en regresar al mar
y escribir de nuevo canciones esdrújulas,
y acordonar la espuma con mis piernas flacas
y algunas otras locuras que acareen paz.
Todavía no entiendo lo del cuarto sin ventanas,
pero cada que puedo,
ejercito mi imaginación entre pestañeos revulsivos,
y de vez en cuando me entretengo
buscando tus aromas entre mis deseos.

  Tuve la fortuna de encontrar un rinconcito
            en donde puedo acobardarme
            sin que tu mirada contundente
            perfore mi ombligo innatural.
           
            Soy un animal,
            las patas me delatan,
            necesito un bozal,
            y largas caminatas;
            mañana seré una gran silueta,
            espera mi señal despierta.

Te contaba...
Ya no me quedan ideas limpias
y mi ropa cada vez apesta más,
o al revés, ya no se;
lo que si,
es que los líquidos se me acaban muy rápido,
los solidos me duran dos días,
y las alegrías medio sueño,
pinchis sueños (recordé a Filiberto y se me dibujó una sonrisa);
te decía, (me tiembla la mano al escribir, se que estarás desnuda cuando leas esto), cada noche se agitan las voces en el pasillo que da a la calle Banderas,
yo, cual gato corriente,
busco el silencio entre los tejados que he construido con anterioridad,
esbozos de mis intentos,
homenajes en sonetos.

El vecino viejo es un insensato,
practica sus fregadazos hasta altas horas de la poca luz,
en cambio, mi vecina la joven cumple las reglas cabalmente,
es cuidadosa y respetuosa hasta cuando estornuda.
¿La próxima ves que vengas me puedes traer otro lápiz por favor?
Y un poco de cordura, si no es mucho pedir.

Quiero pintar las paredes de otro color,
pero dudo que me dejen hacerlo,
a veces me sorprendo de pensarlo y disfrutarlo en mi imaginación
sin que ellos se den cuenta.
¿Me estas entendiendo?
La distancia me hace reiniciar el entorno habitable,
y así transcurren los encantos en esta alfombra,
con las rodillas cicatrizadas y los parpados azorados…

Ángela querida,
mujer de mis ansias acaloradas;
si continuas sin contestar ninguna de mis cartas,
tendré que ir a buscarte al otro lado del edificio,
tumbar esa puerta  y apretarte el cuello con mis propias manos;
así sabrás lo que es el frió verdadero
y pedirás que te saque a dar un paseo.

Siempre tuya, Elena.